martes, 10 de febrero de 2009
Reseñas sobre "El vampiro del Río Grande"
Un espejo de poderes mágicos: El vampiro del Río Grande
Autor Nancy Bird-Soto/Especial para En Rojo
Roberto de la Torre Hurtado
El vampiro del Río Grande. Monterrey, México, 2008.
En el ensayo La guagua aérea, Luis Rafael Sánchez nos ofrece un espacio de posibilidades, mágico si se quiere, al sugerir que hay un Puerto Rico que flota entre dos puertos de contrabandear esperanzas.
Esas fronteras que se vuelven puentes se siguen re-evaluando y re-formando cuando se escriben y se inscriben en el imaginario colectivo sus contradicciones, sus potenciales y sobre todo, esas mismas esperanzas en contrabando. La colección de relatos, El vampiro del Río Grande, publicada en el 2008 por el narrador y folklorista mexicano y residente de McAllen, Texas, Roberto de la Torre, pinta una variedad de personajes que libremente se desplazan por la frontera tejana-mexicana, corroborándola a la vez que la expanden y la moldean a su gusto. Eso sí, cuando una mágica realidad –anclada en sus más auténticas esperanzas– se los permite.
Como miembro de esa comunidad discursiva y realidad sociocultural, el autor conjuga en sus cuentos ecos del realismo mágico latinoamericano al estilo de Julio Cortázar y de Isabel Allende, lo que se puede apreciar, por ejemplo, en el relato que da obra a la colección y en Lobos en el río, respectivamente. Una gran corriente rulfiana encauza estos trece cuentos en que se manejan fronteras de todo tipo: desde la natural (tornada en jurídica) del Río Bravo hasta quizás la peor de todas: la del miedo a nivel espiritual. Es una zona en la que igual se pasea una “pajarera” que viviendo bajo un árbol como hacían sus compañeros “pizcadores”, “colgaba jaulas con pájaros de diferentes colores y diferentes cantos” (88), como también merodean pistoleros que “iniciaron una era de terror por toda la frontera, de Matamoros a Laredo” (157).
La llamada frontera es también una zona en la que la experiencia personal toma primacía por encima de lo que pueda ser una imposición política o cultural. Nos confiesa, honesto y sin reparos, el protagonista de Aventura en el río: “Para mí, en la secundaria, el río no era la línea que separaba al norte del sur, era solamente el espacio natural de competencia, donde se ponía a prueba el valor y la destreza” (127). Por su parte, reclama el viejo Matías en el cuento Luces en el río que simplemente no puede vivir en otra parte (60). La franqueza de estas aproximaciones a la zona fronteriza y el sentido de asentamiento corroboran lo natural de los relatos, con sus posibles esperanzas en contrabando, y lo antinatural de la división en una región de historias compartidas y naturalmente entrelazadas.
Así como llama la atención a la continuidad cultural, histórica y comunitaria, Roberto de la Torre Hurtado aprovecha para adentrarse en otros intersticios, otros gaps o fronteras sociolegendarias, que precisan de una lupa para exponerse desde sus articulaciones más profundas. O quizás no sea una lupa, sino un Espejo de familia; cuento en el que se denuncia el miedo, el rezo automático como reacción al terror y que provoca la exploración de ese espacio fronterizo “entre la fe y la tortura” (105). Los cuentos están revestidos de curanderas, brujas, curas, gitanos y adivinos, borrando de este modo la división entre la creencia tradicionalmente respetable u oficial y las creencias tradicionales tiradas al río común de la leyenda o superstición. Por ese “río”, –imagen, realidad y metáfora a lo largo de la colección–, navegan todos y todas, y en cierto modo, han de convivir, entre amuletos y plegarias.
Los asomos de la literatura fantástica tampoco se hacen esperar. Los ópalos en El hijo de la bruja traen a la memoria las copas en la novela El cuarto de atrás de la española Carmen Martín Gaite. En El vampiro del Río Grande, el elemento fantástico, –entre lo extraño y lo maravilloso, como estableciera Todorov–, navega con el legado del realismo mágico y las historias orales y legendarias que crean y mantienen la noción de una zona cultural, de una comunidad con identidades en diálogo, pasadas y presentes.
Mediante El vampiro del Río Grande, Roberto de la Torre Hurtado nos ofrece una serie de relatos que revelan un espacio de encuentros, reencuentros y entrecruces culturales y literarios. Como dice el personaje del viejo Matías, la frontera “es un puente internacional móvil” (64). Como la guagua aérea boricua, se trata de identidades muy seguras de sí, muy conscientes de su legado histórico-literario-cultural y por eso mismo, sin temor al dinamismo de la movilidad entre puertos o regiones. Asentado en su realidad creativa, Roberto de la Torre ha expandido el poder mágico de un espejo de posibilidades y nos ha dado una substancial dosis del potencial de ese espejo en trece cuadros.
La autora es profesora en la Universidad de Wisconsin en Milwaukee.
Texto publicado en Claridad, El Periódico de la Nación Puertorriqueña
http://claridadpuertoricoEl Vampiro del Río Grande
El Vampiro del Rio Grande
Por: Arturo Medellín Anaya
Tengo en mis manos el libro que Roberto de la Torre presenta por estos días en la Casa de la Cultura de Nuevo León a invitación de nuestra muy querida amiga María Belmonte. La nota es importante porque luego de muchos años, dos tamaulipecos se reúnen para dar a conocer la creación de uno de los nuestros en Monterrey. María Belmonte (“Muñeca”) como la conocemos desde hace muchos años, es originaria de Reynosa, poeta e incansable promotora de la literatura, con brillantes ideas que han renovado los textos y contextos de la literatura neoleonesa. Actualmente dirige el área de literatura en el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
Roberto, nativo de Valle Hermoso, con una dilatada vida en Reynosa y actualmente residente en McAllen, es animador de Grupo Literario Canto Rodado en Reynosa y promotor independiente de los últimos encuentros de escritores Tamaulipas/Texas. Su libro El Vampiro del Río Grande, es una colección de cuentos costumbristas que reúne el imaginario ingenuo y bien intencionado que los pioneros trajeron para prefigurar el patrimonio cultural de estas tierras. Su lectura es ágil y grata y nos permite recordar algo muy importante, que no todo en la vida de esta frontera es violencia e impunidad.
Quienes teorizan sobre estas cuestiones, abundan en señalar que el verdadero arte tiene que partir de la realidad y que de su compromiso con ésta, depende en mucho su calidad. No me cabe duda que dicha apreciación pueda ser cierta. Lo que no me queda claro es a qué noción de realidad se refieren. Pues desde hace años vemos al tema fronterizo indisolublemente ligado con la delincuencia organizada, el narcotráfico y los indocumentados. Y tratado, cada uno de estos temas, como si fueran el total de una realidad que por su multiplicidad no puede ni debe ser encajonada en estos rubros, para que pueda ser catalogada de literatura fronteriza.
Este es quizá uno de los primeros atractivos del libro El Vampiro del Río Grande, pues tocando estos temas tangencialmente y como telón de fondo nos presenta una literatura fronteriza en muchos aspectos. Fronteriza entre la realidad y la ficción. Fronteriza entre el anecdotario periodístico y la memoria colectiva, Fronterizo entre la literatura propiamente dicha y la narración oral. Fronterizo entre el relato y el cuento y para terminar, Fronterizo por el tema como por la manera de tratarlo.
Hay en estas narraciones infinidad de referentes anclados en la realidad, pero el ambiente y la imaginaria de la que parten es muchas veces sobrenatural, en ella conviven brujos, fantasmas, vampiros, el diablo, quienes comparten con doña Chona y don Anacleto un mundo en el que realidad y ficción conviven sin sobresaltos. Hay evocaciones de sonados casos periodísticos: Los Narcosatánicos por poner un ejemplo y leyendas populares, Las Brujas de la Petaca o el relato de la Hierbabuena. La forma como Roberto narra las historias está emparentada con la crónica periodística, la evocación y el relato de historias a viva voz. Su técnica, frases cortas, directas, sugerentes, con el mínimo de información para ir hilvanando la historia, nos permiten recorrer el libro de 160 páginas de una sentada.
Es difícil prever hasta donde llegarán los vuelos de El Vampiro, lo que sí podemos asegurar es que su vuelo es refrescante y da nuevos bríos a una literatura que parecía muerta de muerte natural.
Texto publicado en la Revista Hora Cero de Reynosa, Tam. por el escritor y periodista
Arturo Medellin Anaya.
Presentan libro de autor tamaulipeco-texano
Un vampiro en tierras regias
por Margarito Cuéllar
Roberto de la Torre Hurtado no sólo es un terco animador de encuentros literarios entre la frontera mexicana y la gringa, también es un narrador que recoge atmósferas de la línea fronteriza y busca en la memoria de las personas los vestigios de la narrativa oral.
Durante cinco años le ha dado forma al encuentro de escritores Voces de la Frontera Tamaulipas - Texas. Ahora le toca subir al ruedo con sus propios textos, reunidos en el volumen El vampiro de Río Grande, que presentarán Elia Martínez Rodarte, Joaquín Hurtado y Enrique Segura el día de hoy en la Casa de la Cultura.
Es a propósito de este libro que platica con MILENIO Diario de Monterrey. El autor considera que El vampiro de Río Grande, en términos literarios, busca recuperar la oralidad de nuestros pueblos y darle un lugar en la literatura que estamos escribiendo. Es parte de la literatura fronteriza, la que estamos escribiendo en las regiones que comparten la vecindad del Río Bravo en el lado mexicano y el Río Grande en el lado americano. En los últimos años a tomado fuerza y se está moviendo con voz propia en ambos países”.
Para el narrador, al momento de hacer un libro trata de poner en metáforas entendibles lo que en la vida se ve difícil. “Que la ficción sea más real que la realidad misma”, dice. “La literatura nos permite vernos y reconocernos en personajes que nosotros mismos creamos. La literatura es un espejo de nuestros sentires y nuestros haceres. Quizá no tenga una utilidad práctica pero mucha gente se vería vacia sin ella”.
De la Torre, quien nació en Valle Hermoso Tamaulipas (1954) y radica en Mac Allen, la lectura “nos da la oportunidad de jamás estar solos y cuando aprendemos a disfrutarla nos damos cuenta que sirve para mil cosas, aunque el sólo placer de leer la justifica. Solamente leyendo por leer podemos descubrir sus secretos”.
Para el coordinador de los grupos literarios Canto Rodado en Reynosa y Voces del Río en McAllen, el futuro del libro tendrá dos escenarios al mismo tiempo: como decorador de bibliotecas, con empastado duro y otro muy comercial, para ser leído por los amantes de la lectura. “Tanto en uno como en otro el libro tendrá que ser visto como instrumento de lectura y no como objeto de veneración”, agrega.
Lector de García Márquez, Cortázar, Rulfo, Borges, Horacio Quiroga, Arreola, Orlando Ortiz y Edmundo Valadez, sin quienes El vampiro de Río Grande jamás hubiera volado”, Roberto de la Torre piensa que “la oralidad de mi pueblo y los cuentos y leyendas escuchados a mi mamá, sembraron la sensibilidad de las letras en la parcela de mis entenderes. Primero escribí corridos y los cuentos llegaron en el mismo viaje”.
Brujas, pateros, muertos y aparecidos, nahuales, vampiros, luces que en la noche que saltan del agua del río y toda una variedad de voces escuchadas por el autor en los días sin luz y junto las grandes fogatas de su pueblo se darán cita hoy a las 20:00 horas en la Casa de la Cultura de Nuevo León.
Texto publicado en el periódico Milenio de Monterrey, N.L. por el escritor y periodista
Margarito Cuéllar.
La Palabra en el Espejo
Por José Enrique Saucedo
Comentar la obra El vampiro del Río Grande es pensar en la oralidad como recurso literario, y hablar de oralidad es recordar al pueblo y su cultura. El pueblo es aquello en lo que la gente cree, los regiones que habita, lo que escucha, los miedos que lo acosan, lo que recuerda, lo que inventa, lo que trasmite, lo que piensa, lo que habla y lo que hereda. Por eso nuestro pueblo es la llorona, las barridas, los aparecidos, la valentía, el culto a la muerte, el rencor, nuestra tendencia a dramatizar, el machismo, el sentimiento, la envidia, el patriotismo, el rumor, la generosidad y aquellos valores que nos identifican y que, de alguna manera, se encuentran reflejados en El vampiro del Río Grande. La oralidad en la literatura desde siempre, el baúl de la memoria, el puente que nos invita a cruzar la realidad posible, e incluso, ir más allá del texto mismo; una forma verbal que nos permite viajar a través del tiempo y declarar nuestra identidad desde la riqueza y el atrevimiento de lo espontáneo, de lo increíble pero verosímil.
La oralidad es un juego, pero es también el mejor recurso para preservar a los personajes anónimos y representativos del folklore de la cotidianeidad y aquellos pasajes que recurrentemente los marcan, de tal manera que terminaran por convertirse en tradición, en mito. Sin embargo, esa misma oralidad nos recuerda que la palabra es frágil y huidiza, por eso la palabra recurre a la escritura como medio para ampararse del abandono, para retar al olvido, haciendo de la literatura el espejo donde nos observarnos, no sólo como individuos, sino esencialmente, como parte de una colectividad que crea sus propias alegorías y rituales, entonces la literatura se convierte en la memoria viva del universo.
En El vampiro del Río Grande, a través de su narrativa, Roberto de la Torre Hurtado se define como escritor de la oralidad; sus relatos abrevan en las leyendas de la región fronteriza donde creció y se hizo seguidor de la palabra, su texto es una conversación con sus miedos y sus fantasmas, un diálogo con los otros y consigo mismo, la descripción de una tradición a la que recurre para construir sus cuentos. Así la obra, hace referencia a lugares comunes y conocidos como Valle Hermoso, Linares, Torreón, Saltillo, Monterrey y otras ciudades fronterizas, pero sobre todo, nos lleva a reconocer los terrenos abrazados al Río Grande de Estados Unidos , y al Río Bravo mexicano, el de nuestros inmigrantes, el caudal que seduce, que da esperanza y la quita, que reúne fronteras pero limita culturas, que da vida, pero que también la quita, que salva familias y las separa, un caudal anecdótico que se constituye en uno de los centros integradores de este libro, y fuente de la que manan muchos de los personajes y los argumentos recreados por nuestro autor.
En trece relatos, Roberto nos cuenta de las luces que flotan sobre el río, de los espejos que roban el alma, de brujas que maldicen, de mujeres que hacen pacto con el diablo, de hombres que se transforman en lobos, de muertos y muertas que regresan en busca de venganza, de madrinas revividas que conservan sus ataúdes como trofeos ganados en la lucha contra la muerte, de barridas con albaca y pirul, de fantásticos viajes infantiles realizados a luz de la luna y de finales inesperados; pasajes que, si bien forman parte del horizonte mítico popular, también reflejan sus propias creencias y temores. En una entrevista publicada en la revista The Collegian Online de la Universidad de Texas en Brownsville, el autor declara: “Escribí el libro para conservar los miedos, fantasmas y vampiros en los que creí cuando era niño. No es justo que yo me olvide de eso si me hicieron sufrir tanto, y la mejor forma es empezar a escribir sobre eso”.
Narrados en primera persona, la mayoría de los cuentos expresan el origen del autor, “El Río Bravo siempre ejerció un magnetismo en mí, a pesar de las historias que se contaban que iban desde la aparición de naguales en las noches de Luna llena, hasta el llanto de la Llorona que tanto atemorizaba a los habitantes de la frontera”; sus creencias religiosas, “Un sudor frío recorrió mi frente y el padre nuestro apareció en mis labios”; las raíces familiares, “Mis abuelos maternos eran zacatecanos, pero decididos a probar suerte en la siembra de algodón se vinieron a la frontera”; sus fantasías, “Por la noche le conté mi sueño, pero según él era imposible, porque la víboras no se salen de los sueños”; y sus miedos, “Mi cuerpo temblaba y un sudor frío impregnaba mi piel, por más que intentaba levantarme, no podía. Una fuerza extraña me sujetaba a la cama”. Así, a la manera de narradores como el saltillense, Jesús de León, que hace algún tiempo presentó un libro también relacionado con la tradición oral llamado Historias de la sierra, y de la tamaulipeca Isabel Contreras quien acaba de publicar Tradición oral, mitos y leyendas de Tamaulipas, Roberto De la Torre nos brinda un muestra más del paisaje cultural norestense mediante un lenguaje llano, templado y fluido que permite abordar el texto con bastante amenidad.
El resultado, nos muestra a un escritor que formula una propuesta literaria basada en la idea de que la escritura y el habla son las dos caras de la narración que se vinculan entre sí para dar vida a los sucesos extraordinarios de un pueblo. Para fundamentar esta idea vale decir que Roberto de la Torre, es un extraordinario conversador, que apasionado y con cualquier pretexto comparte ideas, lecturas y críticas sobre el mundo de la literatura, conversaciones en las que nos habla acerca de su propia creación: “No es mi idea recurrir al lenguaje rebuscado o las tramas complejas para hacer literatura, me gusta el lenguaje sencillo y contundente, pretendo que mis historias sean atractivas para el lector”, dice. Esta postura describe fielmente el libro que hoy presentamos; una obra que “sin grandes pretensiones literarias”, logra paradójicamente cautivar a sus lectores. Si se parte de esta consideración, es factible imaginar que el producto creativo es un ejercicio del todo consciente y no producto del azar ni consecuencia de la pretendida humildad de nuestro cuentista; más bien representa un ardid, ya que la sencillez en el discurso literario no es pretensión fácil de alcanzar. Así, entre el lenguaje accesible para los lectores y las tramas intencionadamente lineales sobre las que se erigen los cuentos, subyace el capital narrativo de un buen contador de historias; además, son precisamente el lenguaje franco y las secuencias narrativas bien armadas, la mejores virtudes de este creador, virtudes que nos permiten encontrar el fondo y la forma de su estilo, un fondo cifrado en la tradición oral y un estilo estructurado desde la tensión y la emoción natural del cuento que no necesita de más argumentos para cautivar. Dice Vicente Huidobro en sus teorías y comentarios sobre la obra breve: “el verdadero disfrute, luego de escribir, está en prescindir de las palabras que sepultan una historia”; también lo afirma Augusto Monterroso “Palabras que no dan vida, matan”.
Pecatas minutas tiene el libro, particularidades que dejamos a consideración del autor y del lector. Sobre todo porque que estas páginas son desde ahora nuestras. La más significativa, es el orden de aparición de los cuentos. Después de leer “Aventuras en el Río” y “De muertos y aparecidos”, dos logradas tramas narrativas, se llega a la conclusión de que éstas tienen el peso ideal para abrir el concierto cuentístico; sin embargo y como descargo, la decisión del autor permite ir de menos a más, hecho gratificante para los lectores que una vez empezado un libro se niegan a abandonarlo. Aquí quedan a su disposición trece relatos, otro itinerario que nos ayudara a comprender lo que somos y en que creemos, una realidad misteriosa que desea ser descubierta, algunas historias reconocidas y reinventadas, la palabra y su reflejo, soledad de papel donde se expone Roberto, un escritor que apuesta al texto escrito porque sabe que finalmente la literatura es el espejo del mundo, y la palabra, el rostro donde nos reconocemos.
Texto leído en la presentación del libro El vampiro del Río Grande en la Casa de la Cultura de Monterrey, Nuevo León.
Autor Nancy Bird-Soto/Especial para En Rojo
Roberto de la Torre Hurtado
El vampiro del Río Grande. Monterrey, México, 2008.
En el ensayo La guagua aérea, Luis Rafael Sánchez nos ofrece un espacio de posibilidades, mágico si se quiere, al sugerir que hay un Puerto Rico que flota entre dos puertos de contrabandear esperanzas.
Esas fronteras que se vuelven puentes se siguen re-evaluando y re-formando cuando se escriben y se inscriben en el imaginario colectivo sus contradicciones, sus potenciales y sobre todo, esas mismas esperanzas en contrabando. La colección de relatos, El vampiro del Río Grande, publicada en el 2008 por el narrador y folklorista mexicano y residente de McAllen, Texas, Roberto de la Torre, pinta una variedad de personajes que libremente se desplazan por la frontera tejana-mexicana, corroborándola a la vez que la expanden y la moldean a su gusto. Eso sí, cuando una mágica realidad –anclada en sus más auténticas esperanzas– se los permite.
Como miembro de esa comunidad discursiva y realidad sociocultural, el autor conjuga en sus cuentos ecos del realismo mágico latinoamericano al estilo de Julio Cortázar y de Isabel Allende, lo que se puede apreciar, por ejemplo, en el relato que da obra a la colección y en Lobos en el río, respectivamente. Una gran corriente rulfiana encauza estos trece cuentos en que se manejan fronteras de todo tipo: desde la natural (tornada en jurídica) del Río Bravo hasta quizás la peor de todas: la del miedo a nivel espiritual. Es una zona en la que igual se pasea una “pajarera” que viviendo bajo un árbol como hacían sus compañeros “pizcadores”, “colgaba jaulas con pájaros de diferentes colores y diferentes cantos” (88), como también merodean pistoleros que “iniciaron una era de terror por toda la frontera, de Matamoros a Laredo” (157).
La llamada frontera es también una zona en la que la experiencia personal toma primacía por encima de lo que pueda ser una imposición política o cultural. Nos confiesa, honesto y sin reparos, el protagonista de Aventura en el río: “Para mí, en la secundaria, el río no era la línea que separaba al norte del sur, era solamente el espacio natural de competencia, donde se ponía a prueba el valor y la destreza” (127). Por su parte, reclama el viejo Matías en el cuento Luces en el río que simplemente no puede vivir en otra parte (60). La franqueza de estas aproximaciones a la zona fronteriza y el sentido de asentamiento corroboran lo natural de los relatos, con sus posibles esperanzas en contrabando, y lo antinatural de la división en una región de historias compartidas y naturalmente entrelazadas.
Así como llama la atención a la continuidad cultural, histórica y comunitaria, Roberto de la Torre Hurtado aprovecha para adentrarse en otros intersticios, otros gaps o fronteras sociolegendarias, que precisan de una lupa para exponerse desde sus articulaciones más profundas. O quizás no sea una lupa, sino un Espejo de familia; cuento en el que se denuncia el miedo, el rezo automático como reacción al terror y que provoca la exploración de ese espacio fronterizo “entre la fe y la tortura” (105). Los cuentos están revestidos de curanderas, brujas, curas, gitanos y adivinos, borrando de este modo la división entre la creencia tradicionalmente respetable u oficial y las creencias tradicionales tiradas al río común de la leyenda o superstición. Por ese “río”, –imagen, realidad y metáfora a lo largo de la colección–, navegan todos y todas, y en cierto modo, han de convivir, entre amuletos y plegarias.
Los asomos de la literatura fantástica tampoco se hacen esperar. Los ópalos en El hijo de la bruja traen a la memoria las copas en la novela El cuarto de atrás de la española Carmen Martín Gaite. En El vampiro del Río Grande, el elemento fantástico, –entre lo extraño y lo maravilloso, como estableciera Todorov–, navega con el legado del realismo mágico y las historias orales y legendarias que crean y mantienen la noción de una zona cultural, de una comunidad con identidades en diálogo, pasadas y presentes.
Mediante El vampiro del Río Grande, Roberto de la Torre Hurtado nos ofrece una serie de relatos que revelan un espacio de encuentros, reencuentros y entrecruces culturales y literarios. Como dice el personaje del viejo Matías, la frontera “es un puente internacional móvil” (64). Como la guagua aérea boricua, se trata de identidades muy seguras de sí, muy conscientes de su legado histórico-literario-cultural y por eso mismo, sin temor al dinamismo de la movilidad entre puertos o regiones. Asentado en su realidad creativa, Roberto de la Torre ha expandido el poder mágico de un espejo de posibilidades y nos ha dado una substancial dosis del potencial de ese espejo en trece cuadros.
La autora es profesora en la Universidad de Wisconsin en Milwaukee.
Texto publicado en Claridad, El Periódico de la Nación Puertorriqueña
http://claridadpuertoricoEl Vampiro del Río Grande
El Vampiro del Rio Grande
Por: Arturo Medellín Anaya
Tengo en mis manos el libro que Roberto de la Torre presenta por estos días en la Casa de la Cultura de Nuevo León a invitación de nuestra muy querida amiga María Belmonte. La nota es importante porque luego de muchos años, dos tamaulipecos se reúnen para dar a conocer la creación de uno de los nuestros en Monterrey. María Belmonte (“Muñeca”) como la conocemos desde hace muchos años, es originaria de Reynosa, poeta e incansable promotora de la literatura, con brillantes ideas que han renovado los textos y contextos de la literatura neoleonesa. Actualmente dirige el área de literatura en el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León.
Roberto, nativo de Valle Hermoso, con una dilatada vida en Reynosa y actualmente residente en McAllen, es animador de Grupo Literario Canto Rodado en Reynosa y promotor independiente de los últimos encuentros de escritores Tamaulipas/Texas. Su libro El Vampiro del Río Grande, es una colección de cuentos costumbristas que reúne el imaginario ingenuo y bien intencionado que los pioneros trajeron para prefigurar el patrimonio cultural de estas tierras. Su lectura es ágil y grata y nos permite recordar algo muy importante, que no todo en la vida de esta frontera es violencia e impunidad.
Quienes teorizan sobre estas cuestiones, abundan en señalar que el verdadero arte tiene que partir de la realidad y que de su compromiso con ésta, depende en mucho su calidad. No me cabe duda que dicha apreciación pueda ser cierta. Lo que no me queda claro es a qué noción de realidad se refieren. Pues desde hace años vemos al tema fronterizo indisolublemente ligado con la delincuencia organizada, el narcotráfico y los indocumentados. Y tratado, cada uno de estos temas, como si fueran el total de una realidad que por su multiplicidad no puede ni debe ser encajonada en estos rubros, para que pueda ser catalogada de literatura fronteriza.
Este es quizá uno de los primeros atractivos del libro El Vampiro del Río Grande, pues tocando estos temas tangencialmente y como telón de fondo nos presenta una literatura fronteriza en muchos aspectos. Fronteriza entre la realidad y la ficción. Fronteriza entre el anecdotario periodístico y la memoria colectiva, Fronterizo entre la literatura propiamente dicha y la narración oral. Fronterizo entre el relato y el cuento y para terminar, Fronterizo por el tema como por la manera de tratarlo.
Hay en estas narraciones infinidad de referentes anclados en la realidad, pero el ambiente y la imaginaria de la que parten es muchas veces sobrenatural, en ella conviven brujos, fantasmas, vampiros, el diablo, quienes comparten con doña Chona y don Anacleto un mundo en el que realidad y ficción conviven sin sobresaltos. Hay evocaciones de sonados casos periodísticos: Los Narcosatánicos por poner un ejemplo y leyendas populares, Las Brujas de la Petaca o el relato de la Hierbabuena. La forma como Roberto narra las historias está emparentada con la crónica periodística, la evocación y el relato de historias a viva voz. Su técnica, frases cortas, directas, sugerentes, con el mínimo de información para ir hilvanando la historia, nos permiten recorrer el libro de 160 páginas de una sentada.
Es difícil prever hasta donde llegarán los vuelos de El Vampiro, lo que sí podemos asegurar es que su vuelo es refrescante y da nuevos bríos a una literatura que parecía muerta de muerte natural.
Texto publicado en la Revista Hora Cero de Reynosa, Tam. por el escritor y periodista
Arturo Medellin Anaya.
Presentan libro de autor tamaulipeco-texano
Un vampiro en tierras regias
por Margarito Cuéllar
Roberto de la Torre Hurtado no sólo es un terco animador de encuentros literarios entre la frontera mexicana y la gringa, también es un narrador que recoge atmósferas de la línea fronteriza y busca en la memoria de las personas los vestigios de la narrativa oral.
Durante cinco años le ha dado forma al encuentro de escritores Voces de la Frontera Tamaulipas - Texas. Ahora le toca subir al ruedo con sus propios textos, reunidos en el volumen El vampiro de Río Grande, que presentarán Elia Martínez Rodarte, Joaquín Hurtado y Enrique Segura el día de hoy en la Casa de la Cultura.
Es a propósito de este libro que platica con MILENIO Diario de Monterrey. El autor considera que El vampiro de Río Grande, en términos literarios, busca recuperar la oralidad de nuestros pueblos y darle un lugar en la literatura que estamos escribiendo. Es parte de la literatura fronteriza, la que estamos escribiendo en las regiones que comparten la vecindad del Río Bravo en el lado mexicano y el Río Grande en el lado americano. En los últimos años a tomado fuerza y se está moviendo con voz propia en ambos países”.
Para el narrador, al momento de hacer un libro trata de poner en metáforas entendibles lo que en la vida se ve difícil. “Que la ficción sea más real que la realidad misma”, dice. “La literatura nos permite vernos y reconocernos en personajes que nosotros mismos creamos. La literatura es un espejo de nuestros sentires y nuestros haceres. Quizá no tenga una utilidad práctica pero mucha gente se vería vacia sin ella”.
De la Torre, quien nació en Valle Hermoso Tamaulipas (1954) y radica en Mac Allen, la lectura “nos da la oportunidad de jamás estar solos y cuando aprendemos a disfrutarla nos damos cuenta que sirve para mil cosas, aunque el sólo placer de leer la justifica. Solamente leyendo por leer podemos descubrir sus secretos”.
Para el coordinador de los grupos literarios Canto Rodado en Reynosa y Voces del Río en McAllen, el futuro del libro tendrá dos escenarios al mismo tiempo: como decorador de bibliotecas, con empastado duro y otro muy comercial, para ser leído por los amantes de la lectura. “Tanto en uno como en otro el libro tendrá que ser visto como instrumento de lectura y no como objeto de veneración”, agrega.
Lector de García Márquez, Cortázar, Rulfo, Borges, Horacio Quiroga, Arreola, Orlando Ortiz y Edmundo Valadez, sin quienes El vampiro de Río Grande jamás hubiera volado”, Roberto de la Torre piensa que “la oralidad de mi pueblo y los cuentos y leyendas escuchados a mi mamá, sembraron la sensibilidad de las letras en la parcela de mis entenderes. Primero escribí corridos y los cuentos llegaron en el mismo viaje”.
Brujas, pateros, muertos y aparecidos, nahuales, vampiros, luces que en la noche que saltan del agua del río y toda una variedad de voces escuchadas por el autor en los días sin luz y junto las grandes fogatas de su pueblo se darán cita hoy a las 20:00 horas en la Casa de la Cultura de Nuevo León.
Texto publicado en el periódico Milenio de Monterrey, N.L. por el escritor y periodista
Margarito Cuéllar.
La Palabra en el Espejo
Por José Enrique Saucedo
Comentar la obra El vampiro del Río Grande es pensar en la oralidad como recurso literario, y hablar de oralidad es recordar al pueblo y su cultura. El pueblo es aquello en lo que la gente cree, los regiones que habita, lo que escucha, los miedos que lo acosan, lo que recuerda, lo que inventa, lo que trasmite, lo que piensa, lo que habla y lo que hereda. Por eso nuestro pueblo es la llorona, las barridas, los aparecidos, la valentía, el culto a la muerte, el rencor, nuestra tendencia a dramatizar, el machismo, el sentimiento, la envidia, el patriotismo, el rumor, la generosidad y aquellos valores que nos identifican y que, de alguna manera, se encuentran reflejados en El vampiro del Río Grande. La oralidad en la literatura desde siempre, el baúl de la memoria, el puente que nos invita a cruzar la realidad posible, e incluso, ir más allá del texto mismo; una forma verbal que nos permite viajar a través del tiempo y declarar nuestra identidad desde la riqueza y el atrevimiento de lo espontáneo, de lo increíble pero verosímil.
La oralidad es un juego, pero es también el mejor recurso para preservar a los personajes anónimos y representativos del folklore de la cotidianeidad y aquellos pasajes que recurrentemente los marcan, de tal manera que terminaran por convertirse en tradición, en mito. Sin embargo, esa misma oralidad nos recuerda que la palabra es frágil y huidiza, por eso la palabra recurre a la escritura como medio para ampararse del abandono, para retar al olvido, haciendo de la literatura el espejo donde nos observarnos, no sólo como individuos, sino esencialmente, como parte de una colectividad que crea sus propias alegorías y rituales, entonces la literatura se convierte en la memoria viva del universo.
En El vampiro del Río Grande, a través de su narrativa, Roberto de la Torre Hurtado se define como escritor de la oralidad; sus relatos abrevan en las leyendas de la región fronteriza donde creció y se hizo seguidor de la palabra, su texto es una conversación con sus miedos y sus fantasmas, un diálogo con los otros y consigo mismo, la descripción de una tradición a la que recurre para construir sus cuentos. Así la obra, hace referencia a lugares comunes y conocidos como Valle Hermoso, Linares, Torreón, Saltillo, Monterrey y otras ciudades fronterizas, pero sobre todo, nos lleva a reconocer los terrenos abrazados al Río Grande de Estados Unidos , y al Río Bravo mexicano, el de nuestros inmigrantes, el caudal que seduce, que da esperanza y la quita, que reúne fronteras pero limita culturas, que da vida, pero que también la quita, que salva familias y las separa, un caudal anecdótico que se constituye en uno de los centros integradores de este libro, y fuente de la que manan muchos de los personajes y los argumentos recreados por nuestro autor.
En trece relatos, Roberto nos cuenta de las luces que flotan sobre el río, de los espejos que roban el alma, de brujas que maldicen, de mujeres que hacen pacto con el diablo, de hombres que se transforman en lobos, de muertos y muertas que regresan en busca de venganza, de madrinas revividas que conservan sus ataúdes como trofeos ganados en la lucha contra la muerte, de barridas con albaca y pirul, de fantásticos viajes infantiles realizados a luz de la luna y de finales inesperados; pasajes que, si bien forman parte del horizonte mítico popular, también reflejan sus propias creencias y temores. En una entrevista publicada en la revista The Collegian Online de la Universidad de Texas en Brownsville, el autor declara: “Escribí el libro para conservar los miedos, fantasmas y vampiros en los que creí cuando era niño. No es justo que yo me olvide de eso si me hicieron sufrir tanto, y la mejor forma es empezar a escribir sobre eso”.
Narrados en primera persona, la mayoría de los cuentos expresan el origen del autor, “El Río Bravo siempre ejerció un magnetismo en mí, a pesar de las historias que se contaban que iban desde la aparición de naguales en las noches de Luna llena, hasta el llanto de la Llorona que tanto atemorizaba a los habitantes de la frontera”; sus creencias religiosas, “Un sudor frío recorrió mi frente y el padre nuestro apareció en mis labios”; las raíces familiares, “Mis abuelos maternos eran zacatecanos, pero decididos a probar suerte en la siembra de algodón se vinieron a la frontera”; sus fantasías, “Por la noche le conté mi sueño, pero según él era imposible, porque la víboras no se salen de los sueños”; y sus miedos, “Mi cuerpo temblaba y un sudor frío impregnaba mi piel, por más que intentaba levantarme, no podía. Una fuerza extraña me sujetaba a la cama”. Así, a la manera de narradores como el saltillense, Jesús de León, que hace algún tiempo presentó un libro también relacionado con la tradición oral llamado Historias de la sierra, y de la tamaulipeca Isabel Contreras quien acaba de publicar Tradición oral, mitos y leyendas de Tamaulipas, Roberto De la Torre nos brinda un muestra más del paisaje cultural norestense mediante un lenguaje llano, templado y fluido que permite abordar el texto con bastante amenidad.
El resultado, nos muestra a un escritor que formula una propuesta literaria basada en la idea de que la escritura y el habla son las dos caras de la narración que se vinculan entre sí para dar vida a los sucesos extraordinarios de un pueblo. Para fundamentar esta idea vale decir que Roberto de la Torre, es un extraordinario conversador, que apasionado y con cualquier pretexto comparte ideas, lecturas y críticas sobre el mundo de la literatura, conversaciones en las que nos habla acerca de su propia creación: “No es mi idea recurrir al lenguaje rebuscado o las tramas complejas para hacer literatura, me gusta el lenguaje sencillo y contundente, pretendo que mis historias sean atractivas para el lector”, dice. Esta postura describe fielmente el libro que hoy presentamos; una obra que “sin grandes pretensiones literarias”, logra paradójicamente cautivar a sus lectores. Si se parte de esta consideración, es factible imaginar que el producto creativo es un ejercicio del todo consciente y no producto del azar ni consecuencia de la pretendida humildad de nuestro cuentista; más bien representa un ardid, ya que la sencillez en el discurso literario no es pretensión fácil de alcanzar. Así, entre el lenguaje accesible para los lectores y las tramas intencionadamente lineales sobre las que se erigen los cuentos, subyace el capital narrativo de un buen contador de historias; además, son precisamente el lenguaje franco y las secuencias narrativas bien armadas, la mejores virtudes de este creador, virtudes que nos permiten encontrar el fondo y la forma de su estilo, un fondo cifrado en la tradición oral y un estilo estructurado desde la tensión y la emoción natural del cuento que no necesita de más argumentos para cautivar. Dice Vicente Huidobro en sus teorías y comentarios sobre la obra breve: “el verdadero disfrute, luego de escribir, está en prescindir de las palabras que sepultan una historia”; también lo afirma Augusto Monterroso “Palabras que no dan vida, matan”.
Pecatas minutas tiene el libro, particularidades que dejamos a consideración del autor y del lector. Sobre todo porque que estas páginas son desde ahora nuestras. La más significativa, es el orden de aparición de los cuentos. Después de leer “Aventuras en el Río” y “De muertos y aparecidos”, dos logradas tramas narrativas, se llega a la conclusión de que éstas tienen el peso ideal para abrir el concierto cuentístico; sin embargo y como descargo, la decisión del autor permite ir de menos a más, hecho gratificante para los lectores que una vez empezado un libro se niegan a abandonarlo. Aquí quedan a su disposición trece relatos, otro itinerario que nos ayudara a comprender lo que somos y en que creemos, una realidad misteriosa que desea ser descubierta, algunas historias reconocidas y reinventadas, la palabra y su reflejo, soledad de papel donde se expone Roberto, un escritor que apuesta al texto escrito porque sabe que finalmente la literatura es el espejo del mundo, y la palabra, el rostro donde nos reconocemos.
Texto leído en la presentación del libro El vampiro del Río Grande en la Casa de la Cultura de Monterrey, Nuevo León.
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